martes, 9 de diciembre de 2014

Te quiero

Te miro y sonrío, pienso en ti y se me iluminan los ojos. ¿Qué es lo que me has hecho? ¿Como has conseguido convertir a esta muñeca fría en una niña cursi y loca por ti? Siéndote sincera (y no siéndotelo a la vez, porque tú nunca leerás esto) no había sentido esto nunca antes, he tenido parejas y las he querido, pero lo que tú me haces sentir es un mundo nuevo al que no había tenido oportunidad de llegar hasta que te conocí. Has cambiado mi vida y la has puesto patas arriba, le has dado un giro de 180 grados y ¿sabes qué? Así me parece mil veces más bonita.

No voy a decirte que eres el amor de mi vida, no quiero adelantar acontecimientos; lo que sí te voy a decir es que quiero estar junto a ti todo el tiempo que me sea posible y saborear cada segundo a tu lado, retener cada momento, cada sonrisa, cada te quiero en mi mente. No quiero privarme de nada contigo, quiero reír, quiero soñar, quiero llorar de emoción, quiero el tiempo me pille a tu lado y decirle que me deje tranquila, que estoy muy ocupada queriéndote. Quiero que cuando, desgraciadamente, esto acabe, no me arrepienta de haberme perdido nada, porque te aseguro que de lo que no me voy a arrepentir es de lo que sí hemos hecho. Recordaré cada aventura con cariño, cada discusión y su posterior conciliación con nostalgia y cada beso con felicidad, no voy a permitirme estar triste porque haya acabado, voy a darme el lujo de estar contenta porque haya pasado y por haber podido disfrutar de ti. 

Me encantas, tu voz, tu risa, tus ojos enormemente bonitos, tus labios suaves, tu carácter, tu insistencia por quererme aun cuando la cago tanto y cuando perfectamente podrías estar con alguien más a tu altura (en ambos sentidos), tus travesuras y tu forma indiferente de ser cariñosa conmigo delante de los demás (aunque por ello te hayas ganado el apodo de "calzonazos"). Me encantas toda tú, de pies a cabeza, con tus virtudes y tus defectos. Te quiero y me siento afortunada por poder decírtelo. 

04.09.2013 ♥

lunes, 4 de agosto de 2014

«Hasta la próxima»

Caminaba por las calles de Seúl, sin rumbo, más atenta a lo que tenía dentro que de lo que ocurrió fuera. Ya era agosto. Suspiró y se retiró el flequillo de la cara con un movimiento de cabeza. Los meses habían pasado desde aquel «Yo seré solo tuyo y tú serás solo mía», una vaga promesa que llegó a cumplirse simplemente por algunas semanas. Casi medio año después volvieron a encontrarse, ella no había logrado borrarlo de su cabeza y, al parecer, él tampoco. Le explicó los motivos de su huida seis meses atrás, ella decidió perdonarle y volvieron a prometerse un para siempre que no duró más que unas pocas horas, pero ahora ella ya sabía que aquello no era un punto y final. No se equivocaba, tras una espera, esta vez más corta, él la llamó de nuevo. Ella estaba enfurecida y se lo hizo saber, le dejó pasar a su casa a pesar de todo y acabaron haciendo las paces, estaba loca y completamente enamorada de él. De nuevo, desapareció.

Ya no había vuelto a saber nada de él.

— Dentro de nada va a hacer un año... — Habló con la cabeza gacha, con mucha desgana.

— Sí. — Reconoció esa voz al instante, era la misma con la que tantas veces se había dormido escuchando y que le susurraba en sueños. Abrió los ojos de par en par y se giró de forma brusca; tal y como sospechaba, era él. Un remolino de sentimientos inundó su cabeza, por un lado emoción, deseaba correr y lanzarse a sus brazos, por otro rabia, le habría dado una torta con toda la tranquilidad del mundo.

— Debería pasar de ti. — Dijo medio gruñendo y mirándolo a los ojos.

— No podrías. — Respondió él con su natural prepotencia. Y a ella le encantaba.

— Que te jodan. — Hizo una mueca de asco bien pronunciada y le giró la cara, dispuesta a seguir con su paseo hacia ningún sitio.

— Eh, no te pongas así. Yo tampoco puedo, ¿no ves? Sino, no te habría dicho nada. Estaría ligándome a la primera que viese delante de mí.— Comenzó a ir hacia ella, pero algo en su actitud lo hizo frenar. La verdad era que cada vez que volvía era más difícil recibir su perdón.

— Soy rubia, no gilipollas. —No cambió su posición, no quería verle la cara. Sabía que caería a sus pies si lo hacía.

— Un poquito sí lo eres, pero ese no es el tema.— Guardó las manos en sus bolsillos.— ¿Vas a venir a saludarme como es debido o me pongo un traje acolchado para que puedas darme una paliza?

— Lo de la paliza no estaría mal. — Dijo ella con una sonrisa perversa. Dio media vuelta y dejó atrás la distancia que los separaba para engancharse a él—. Pero antes quiero un abrazo.— Él sonrió, sabía que, de todas formas, no iba ser muy complicado que la chica cayera en sus redes, al fin y al cabo era suya. La rodeó con sus brazos y besó su cabello con suma ternura.

— Avisa cuando vayas a pegarme, quiero estar preparado.

— Sí anda, prefiero pillarte desprevenido.— Soltó una pequeña carcajada y levantó la cabeza, buscando aquello que tanto había echado de menos los últimos meses. Juntó sus labios con los ajenos fundiéndose en un apasionado beso y subió las manos hasta su cuello. 

Nada ni nadie existía ya, solo ellos dos y el deseo que sentían el uno por el otro. Él no tardó en colocar sus manos en el trasero de ella y ésta no dudo ni un segundo en abrazar con sus piernas la cintura del chico, de alguna forma habían acordado sin palabras que esa era su posición, todos sus encuentros habían empezado de esa manera y cada uno de ellos había terminado maravillosamente. En un momento de lucidez ella se separó de sus labios provocando un quejido por parte de él, quien abrió de pronto los ojos y la miró de forma acusatoria. Ella lo solucionó con un sugerente «Sigamos en mi casa» susurrado en el oído del otro. Éste rápidamente la bajó de encima suyo, tomó su mano y ambos comenzaron a correr. No hacían falta más palabras para entenderse. 

Llegaron al portal de la chica con una rapidez digna de un atleta profesional y en el mismo ascensor comenzaron a desatar la pasión contenida durante todo el tiempo que habían estado sin verse. Era otro de sus pactos no pronunciados, podían acostarse con quienes quisieran durante las temporadas en las que él desaparecía (aunque, curiosamente, ninguno de los dos lo hacía), pero en el momento en el que se reencontraran debían limpiarse el uno al otro el rastro que cualquier otra persona hubiera podido dejar en el cuerpo ajeno. Entraron en la casa prácticamente en ropa interior y, una vez dentro, ésta también fue retirada. El silencio que anteriormente había reinado fue sustituido por gemidos, jadeos entrecortados, insultos e indicaciones y tan solo los muebles fueron testigos de lo que la pareja llegó a hacer aquel día.

A la mañana siguiente, al despertar, ella observó con cierta tristeza que él ya no se encontraba allí. Cerró los ojos y se dejó invadir por el recuerdo de lo sucedido la noche anterior, casi podía sentir las manos del chico rozando de nuevo su piel. No pudo reprimir una sonrisa. Cuando por fin se levantó de la cama caminó hasta la ventana más cercana y se asomó en ella sin ningún pudor, a pesar de echarlo en falta, estaba de demasiado buen humor para sentir vergüenza por que desconocidos observaran su cuerpo y, además, vivía lo suficientemente alto como para que nadie de la calle pudiera reconocerla. Y es que así era su relación con el que ella consideraba el amor de su vida, esporádica, pasional, intensa y fugaz, quizás también algo destructiva, ¿pero qué más daba? Era él, era su todo, y por su Él estaba dispuesta a esperar años si hacía falta. Suspiró cual enamorada que era y lanzó unas palabras al aire que, de alguna manera, deseaba que llegaran a los oídos del joven.

«Hasta la próxima»